Cuando nos compramos un nuevo equipo tecnológico solemos pensar que estamos haciendo una inversión a un largo plazo, pero en la sociedad de consumo actual nos encontramos con que cada vez tenemos que renovar nuestros sistemas antes: las baterías ya no duran tanto, los circuitos se chamuscan antes… y este fenómeno no es algo aleatorio, sino que está calculado para que debamos seguir comprando porque está programado.
El negocio consiste en lo siguiente: se crea un produto con fecha de caducidad, y se hace que el precio de los recambios sea tan ridículamente alto que resulte mas barato comprarse uno nuevo que cambiar la pieza. Un ejemplo clásico y bastante espetacular es el de la impresora cuyos cartuchos son tan caros que resulta mas económico comprarse una impresora nueva.
Así, cada cierto tiempo el comprador se ve obligado a sustituir su sistema por uno actualizado, haciendo que los equipos queden obsoletos de forma artificial: puede que un sistema operativo nuevo tenga tales requisitos de hardware que haga imposible ejecutarlo en la máquina que se tiene en uso, pese a que esta se encuentre en perfecto estado, como sucedió en su momento con Windows Vista, Windows 8 o Qindows 11. O quizás se deje de dar soporte rápidamente a una versión de un dispositivo, como sucede en el caso de los iPhone de Apple, en cuyas tienda nunca se ven convivir dos generaciones de un mismo producto, y sus adeptos hacen colas para sobrevivir esa obsolescencia. El cortometraje de 4 minutos iDiots expresa claramente esta situación.
Un gran paso en Europa ha sido la aprobación en 2022 del Derecho a reparar, que debe poner freno a las ténicas empleadas por los fabricantes para “mover el mercado”:
- Desanimar o asustar al cliente a reemplazar un componente mediante una pieza fabricada por una tercera parte, ya sea desde las tiendas, los manuales del dispositivo, o anuncios en el sistema operativo.
- Emplear restricciones artificales en forma de DRM para monopolizar el mercado del servicio de reparación, llegándose a situaciones tan grotesacas como la de las impresoras Dymo: no contentos con restringir el uso de la tinta en sus «cartuchos originales» mediante chips, ahora restringen que sus impresoras de pegatinas solo se puedan utilizar papel proporcionado por la propia marca, vendido a un precio insultantemente alto.
- Imposibilitar la reparación mediante diseño, por ejemplo con el uso de adhesivos en componentes con un grado alto de miniaturización. Así, al sacar una pieza para reemplazarla se dañan más componentes y acaba saliendo más caro.
- Obsolescencia programada, como por ejemplo con facilitar el desgaste rápido de los consumibles. Un caso muy conocido es el de las baterías de pequeño tamaño en los dispositivos electrónicos, llevamos muchos años generando una cantidad de basura electrónica que podría haberse evitado. En este sentido, el caso de los Air-pods es especialmente infame: caros y con una vida cortísima.
Estas prácticas anti-consumidor además generan mucha “basura electrónica”, en muchos casos con hardware que es perfectamente funcional, que además tiene un impacto medioambiental. Desde aquí os invito a esforzaros en alargar el tiempo de vida útil de buestros dispositivos, y al reciclaje de componentes electrónicos. Especialmente en un 2022 con escasez de chips, no estamos para derrochar por limitaciones artificiales.
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